Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh, un grito silencioso ensordecía mis órganos internos, mientras mis ojos hacían un barrido de la escena y mi mente trataba de pensar rápidamente como hacer inevitable una noche tenebrosa.
Y no me encontraba frente a Fredy Krueger, Jason, Chucky, ni Michael Jackson en Thriller. Estaba viendo como reposaba expectante mi insulina en mi carterita transportadora, sola, sin su complemento, la jeringa.
Sentada en aquel restaurante, con la orden pedida, y un hambre feroz, visualizaba mentalmente los posibles escapes a una hiperglucemia, o tal vez un coma diabético. Tenía tres opciones: Conseguir una jeringa como fuese; no inyectarme insulina y disfrutar la cena sin importar las consecuencias o simplemente irme a casa con el antojo vivo y la desilusión de no haber podido disfrutar la noche.
La tercera opción no la aceptaría, buscaría la forma de continuar con mis planes al tiempo que evitaría una emergencia, así que primero tuve que cerciorarme de mi glucosa, 203 mg/dL arrojó el resultado; se complicaba la situación y me empujada a empezar sin dudar con la primera solución: Conseguir a como dé lugar una jeringa.
Salí a paso veloz del lugar, buscando el camino más corto, entre calles desoladas y oscuras, para llegar a la única farmacia que se encontraba a varios metros a la redonda. Mi corazón agitado hacia dúo con mi mente revolucionada, y se incremento al ver el lugar cerrado.
Un momento para repensar la situación, repasar los carbohidratos del plato que consumiría y acomodar las cantidades.
De vuelta con las manos vacías, con mi corazón de nuevo en mi pecho, y dispuesta a asumir las consecuencias, me dispuse a cenar y a disfrutar la cena.
Dos tacos mixtos, nachos y coca cola zero, para empezar y en lugar de la cerveza post cena, agua con gas y todo bajo control, 280 mg/dL al llegar a casa y la advertencia que siempre debo revisar todos mis implementos antes de salir.
En HALLOWEEN que nos asuste la diabetes!!!
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